domingo, abril 13, 2008

Capítulo IX: Completo

El auto frenó frente a la casa en que Constanza vivía, en que su familia vivía, en realidad.
Joaquín era un caballero, así que en lugar de hacer sonar la bocina para que ella saliera, como habría hecho yo, se bajó y tocó el timbre.

El Doctor Cepeda (Mario Cepeda si no me equivoco), padre de Constanza, juez y además profesor universitario, fue quien abrió la puerta e invitó a pasar a Joaquín.

-“Hola, Joaquín, pasá, Constanza todavía no está lista, me pidió que te abriera”.

-“Buenas noches, ¿cómo le va?” Esta vez estaba más nervioso que de costumbre al saludarlo, y el doctor lo notó (me referiré a él como el doctor, porque no tengo confianza suficiente como para decirle Mario), al apretar su mano que estaba temblorosa.

-“¿Estás nervioso por algo?”- preguntó. Pese a ser muy accesible y jovial, su aspecto solemne hacía que uno le tuviera mucho respecto (pese a ser juez).

-“Realmente sí” respondió escuetamente.

-“¿Querés tomar algo y contarme? ¿un café?" - era muy amable al invitarlo.

-“El café se lo acepto, pero me temo que va a tener que esperar un poco antes de que le cuente. Esta noche no se lo puedo decir” terminó de decirlo, y miró al doctor a los ojos para ver su reacción.

Él, simple y apaciblemente, respondió:
-“Muy bien, así será entonces”.





Empezaba a llegar gente a la casa de Marcela para la fiesta, y cerca de las once, fue Lucila quien tocó el timbre, y cuando entró saludó con un fuerte abrazo a Marcela y prácticamente le gritó el feliz cumpleaños y le dio el regalo.


-“¡Hola Marce! ¡Feliz cumple!”

-“Ay, gracias Lu”- y quedaron abrazadas unos diez segundos. Uno de esos típicos abrazos de amigas cuando una cumple años y se mueven para los dados como balanceándose mientras refunfuñan sonidos ininteligibles. Esa clase de abrazos infaltables en las fiestas, como soplar las velitas.

-“Che, Lu”- dijo Marcela- tengo un chico para presentarte, Luis, está fuerte, eh, vení”, la llevó de la mano.

-“Luis ¡Luis! ¡Vení!”- Luis se dio vuelta y no es por una cuestión personal, pero no era gran cosa: era uno de esos tipos que se la pasan en el gimnasio, y además transpiraba mucho.

-“Ésta es Lucila; Luis, Lucila” e hizo los ademanes correspondientes señalándolos al presentarlos.

-“Hola, ¿cómo te va?” dijo ella

-“ Bien, ¿vos? Al tipo éste le había gustado la chica que le presentaron. Por suerte no fue mutuo.

Cinco minutos estuvo conversando con Luis y luego buscó una excusa y se fue a hablar con Marcela.
-“¡Marce, Marce! ¡cómo me vas a presentar al flaco ése?, es un boludo”- (como yo decía ¿Vieron…?)

-“Ay, dejate de joder”, contestó de mala gana “es lindo”.

-“Vos sabés que me gusta otro”.

-“Sí, ya sé, pero no hay forma”.

-“¿Por?”

-“No, Zorba no es para vos” claro que yo en ese momento no sabía que le gustaba a Lucila, si no…

-“Pero ¿por qué?”

-“ Porque no, ¿acaso te dijo algo?”

- “No, todavía no”.

-“Mirá, primero Zorba es medio quedado, y segundo, vos sos la hermana menor del mejor amigo sos prohibida” tenía razón en todo; siempre es bueno admitirlo: soy quedado y ella es la hermana menor de mi mejor amigo, es prohibida.

-“Sí pero me gusta, qué sé yo, además conmigo no es artificial lo he visto en sus peores momentos, y aun así me gusta” (reitero que no sabía todo esto, tampoco soy tan quedado ni ella es tan prohibida).

-“Sí, pero no es para vos; y de última, si tanto te gusta, decile algo vos; él jamás te va a encarar, no puede. Debe haber una especie de acuerdo tácito con Gastón que le impide atacarte, probablemente si sos vos la que ataca, al acuerdo no lo contemple” Esa chica era muy sabia o sabía de nosotros, total, somos todos iguales.

-“¡No, yo no lo puedo encarar! (¿por qué no?)

-“Entonces, ni pensés que vaya a pasar algo” sentenció Marcela.






Constanza bajó la escalera de su pieza y saludó con un beso a Joaquín.

-“¿Vamos?” preguntó.

-“Bueno, permiso” saludó al doctor.

-“Hasta luego, Joaquín”.

Ella le dio un beso en la frente y siguió a Joaquín a la puerta. Se puso a su lado de un saltito y le agarró el brazo.

-¿Adónde vamos?”

-“Al restaurante que fuimos el otro día ¿te acordás?”

-“Sí, dale me encantan las ranas que hacen”.





El doctor Cepeda estaba realmente orgulloso de Constanza, en realidad de sus tres hijas, solamente que ella le hacía acordar de su esposa que había muerto diez o doce años antes. Aparentemente era una historia triste de amor la de ese matrimonio, pero probablemente la muerte temprana de la señora Cepeda hiciera que la historia de amor siguiera siendo de amor, ya que se fue en un momento en que ambos aún se amaban. Y Constanza le hacía recordar tanto a su mujer…




Joaquín le abrió la puerta del coche a Constanza (el tipo era muy caballeroso) y en ese momento, como por arte de magia y no se sabe de dónde, como si fuera un as bajo la manga le ofreció una rosa roja; no cualquier rosa roja sino una muy hermosa.

-“Ay Acki, gracias” dijo ella y le dio un beso, de esos besos en que ellas te agarran la camisa y se ponen en puntas de pie… y cierran los ojos, y hacen un ruidito como “mmmh”. Un beso con amor.





Habían terminado de comer la entrada e iban por el plato principal y él dijo:

-“Mirá, quiero habla con vos”

-“¿Bueno o malo?”- preguntó ella.

-“Depende, no sé cómo vas a reaccionar” -Iba preparando el terreno.

-“¿A qué?”- lo miró impacientemente, y con una mirada que lo demostraba sin dudas.
Hurgó en sus bolsillos (quería que fuera romántico, como en una película).

-“No hay nada que quiera más que estar con vos…” la miraba los ojos, ella se dio cuenta de que era algo serio.

-“ Nada que me motive más que tu sonrisa…”- ella se estaba empezando a emocionar.

-“nada que me erice tanto como tu piel…” le tomó las manos pero en ningún momento apartó sus ojos de los de ella.

-“nada que me conforte tanto como tu abrazo…” ya caía la primera lágrima por su mejilla.

-“ nada que me ilumine tanto como tu presencia…” Constanza se mordía el labio.

-“nada que me haga tan feliz como que aceptes ser mi esposa” y le mostró un hermoso anillo. Lo quería hacer como en una película y así fue.

Ella sólo lloraba y no respondía nada, se puso el puño sobre la boca y respiró hondo con los ojos cerrados, luego giró su mano para que fuera la palma la que tapara esta vez su boca, respiró hondo nuevamente, y abrió los ojos levantando la mirada.
El llanto se tornó incontenible, estaba muy emocionada.
Simplemente lo besó.

-“¿Cómo haces para a ser tan dulce? “ preguntó.

-“Solamente trato de ser y hacer lo que te merecés dentro de mis limitadas posibilidades” respondió certeramente.

-“Habrá que pensar la lista de invitados...”

-“Voy a tomar eso como un sí” dijo Joaquín.

-“Hacés bien”.

-“¿Querés que vayamos a contarle a tu papá? preguntó él.

“Mañana, mañana, ahora no… Esta noche te quiero apapachar”.
(Nunca supe qué clase de palabra era ésa, pero ella solía inventar todo tipo de palabras y sobrenombres así que decidí no buscarla en ningún diccionario).
Joaquín sonrió.

-“¿De postre se van a servir algo?” preguntó el mozo.

-“Sí” respondió él “pero antes tráigamos una botella de champagne, que tenemos un motivo para brindar”.

-“A su orden” y se fue.

Joaquín se disculpó para ir al baño, y en el camino de vuelta a la mesa, y sin que Constanza lo viera, se acercó al pianista y le pidió una canción.

-“Ya volví” dijo, y le dio un beso.

-“Esta próxima canción es para Constanza Cepeda, de su futuro marido, Joaquín”- y comenzó a tocar.
El maître se acercó y le alcanzó un micrófono a Joaquín para que cantara. Aparentemente tenía pensado que esa noche fuera de sorpresas y romanticismo.
Fue realmente una revelación escucharlo, no sabía que cantara tan bien.
Aunque, en rigor de verdad, por muy mal que pudiera llegar a hacerlo, Constanza lo miraba embelesada y todas las demás señoras presentes codeaban a sus respectivos maridos, reclamando alguna vez un gesto así.
Joaquín cantó acompañado por el pianista:

-“Me gusta, me apetece y me provoca,
todo lo que me hace pensar en ti…”
Ella le tiró un beso y siguió escuchando la canción.

miércoles, enero 16, 2008

Capítulo VIII: Completito

Había llegado el viernes y se notó en la adrenalina de Gastón durante todo el día. Sabía que esa noche debería encontrarse con Consuelo. ¿Iría ella? Aún más importante ¿iría él? Había estado toda la semana pensando en esa mujer (excepto mientras escribía la carta); y ahora que había llegado el momento de la verdad no estaba seguro de atreverse a ir. Además, seguramente ella no se acordaría.




¿Iría él? Se levantó con esa duda en la mente? ¿Se acordaría él de la cita? No, seguramente no, pensaba ella (es notable cómo dos personas pueden pensar exactamente lo mismo pero con roles invertidos).
Ella estaba decidida a ir aunque más no fuera para sacárselo de la cabeza. Aunque no fuera sino sólo un desengaño.




-“¡Hola, Zorba!” dos días seguidos de llamadas matinales eran razón suficiente para arrancar mi furia pero por esta vez, y sabiendo la posibilidad que Gastón olvidara definitivamente a Constanza, sopesé mi cólera.
-“¿Qué hacés, Gastón?” por suerte me había ido bien en mi reunión del día anterior, por eso no me molesté demasiado.
-“Esta noche tendría que ir al bar a verme con Consuelo?”
-“¿Tendrías?” comenzaba a enterarme de sus dudas-“¿Por qué usás un condicional?
-“Porque no estoy seguro, ella no creo que vaya, y si voy yo y ella llega a ir, seguro que me trabo y empiezo a balbucear cualquier cosa”- lo dijo casi extremadamente rápido.
-“Ajá. Como ahora” -suele ser necesario que haga esa clase de comentarios porque sólo de esa manera Gastón entra en razones.
-“Además, ¿qué te hacés la víctima? Si siempre te fue bien con las mujeres.
-“Sí, lo que sea” era común que me contestara como si no me oyera lo que yo le decía, y siguiera hablando como si nada “pero Consuelo me apabulló de entrada”.
-“Mejor, ya no corrés riesgos entonces de sorprenderla negativamente con tu oratoria” trataba de infundirle ánimo.
-“¿Y cómo voy vestido? ¿Medio formal? ¿o así nomás?
-“¿Qué sé yo? Mirá lo que me preguntás. Si se juntan en el bar podés ir así nomás, bah, digo, normal, pero acordate que antes tenés que pasar por lo de Marcela y es fiesta, y después capaz que se vayan a algún lado” no quise dar una opinión sino solamente ayudarlo a que él solo decidiera.
-“Sí, tenés razón. Tendría que ir bien vestido”.
-“Eso es, de paso tratá de deslumbrarla con tus mejores telas”.
-“Dejá de decir boludeces”.
-“¿Qué sé yo? Andá cómodo” ya me tenía harto con las preguntas sobre vestuario.
-“¿Qué le compro a Marcela?” cambió el tema, y dio un giro novedoso ya que no me esperaba que se acordara de ella.
-“Algo lindo” lo dije con convicción y suficiencia pese a haber dicho una tontería.
-“¿Como qué?” insistió.
-“No sé, un oso gigante, un perfume, un reloj” no podía sino recomendarle un cliché porque son realmente efectivos.
-“¿Vos decís? ¿No es muy común?” inmediatamente desestimó la idea de un regalo tan estereotipado.
-“Y, algo que signifique que le tenés cariño”- no sabía qué decir pero si lo dejaba elegir a Gastón, terminaría siendo una batidora a una repisa o algo peor; no es una persona idónea para elegir regalos.
-“¿Como qué?”
-“¿Qué le gusta?”
-“Le encanta la música tipo fogón, y toca la guitarra, incluso”.
-“Y bueno, regalale algo de ese estilo”
-“Sí tenés razón, me parece bárbaro”- hizo una pausa bastante larga y luego preguntó:
-“¿Llego a las once en punto o un rato antes o después?”.
-“No, después no, seguro, yo diría cinco minutos antes, no más, porque te vas a poner a pensar en cualquier cosa y sos un peligro”.
Él asintió del otro lado de la línea.
-“Espero que vaya”- dije al fin.
-“Sí, la verdad” hizo otra pausa- “acordate de ir ¿no?”
-“Sí, no te preocupes, decime nada más bien dónde queda el bar”
Él me explicó la ubicación del punto de encuentro… del encuentro incierto.



Gastón se decidió finalmente por el tradicional color negro, desde sus zapatos hasta su camisa, todo uniforme; lo único que era de diferente color era la hebilla del cinto y su billetera.
Pasó primero por la casa de Marcela, alrededor de las nueve. Ella recién estaba haciendo algunos preparativos, así que no se había alistado, pero le dio mucho gusto que llegara temprano.
Él, siguiendo mi consejo, antes que nada se disculpó:
-“Mirá, Marce, la verdad vengo ahora porque se me complica más tarde, pero no podía dejar de venir”.- Excelente performance, muy convincente, Marcela no iba a quejarse. Menos aún porque en ese instante Gastón le mostró la caja con el regalo y se la entregó y le dio un fuerte abrazo.
Cuando ella abrió el paquete, se quedó pensativa, había recibido una armónica (¿qué clase de regalo es ése?), instrumento que no sólo no sabía tocar, sino que tampoco tenía intenciones de aprender a manejarlo.
De cualquier manera, se sintió muy contenta de haber recibido el regalo y de tenerlo a él saludándola.
-“¡Gracias, me encantó! mentira piadosa. Te juro que la próxima vez que nos juntemos a tocar la guitarra vamos a usarla también.” Esta vez la mentira era innecesaria.




Miró el reloj y eran las nueve.
-“¡Milagros! ¿Qué me pongo? con un gran despliegue de indumentaria sobre la cama, con sólo la ropa interior puesta y con ambos brazos a la cintura y un gesto de enfado, pedía consejo a su hermana.
-“¡Ay, déjame ver! Ponte este vestidito”- señaló un vestido negro que bien podía utilizarse para una ocasión formal tanto como una ocasión informal (depende de los accesorios)
Además, ya era la sexta o séptima opción que manejaban.
Aparentemente esta vez contaba con la aprobación de ambas.
-“Sí, está bien usaré éste”.
Tras haber seleccionado definitivamente el vestido, una nueva lucha comenzaría a la hora de dilucidar qué zapato era el más conveniente.
Luego de 15 minutos de deliberación, la elección recayó sobre unas sandalias también negras (en efecto, ambos irían vestidos del mismo color) que hacían juego con el resto de su ropa.
Una vez finalizada la selección de la vestimenta, comenzaba el proceso de maquillaje. Nueve y cuarenta y cinco cuando inició con la base. Treinta y cinco minutos después estaba lista.
¡Realmente era una obra maestra de la naturaleza! (Bueno... no hace falta que me crean pero se la veía bien).
Siendo las diez y media, las dos hermanas estaban preparadas. Valía la pena poder admirarlas, apenas si una de ellas era bella, a su lado estaba la otra para terminar de confirmar que los cuellos sa noche iban a girar mucho y más de una cervical sonaría por ahí.




-“Che, Marce, son las diez y media, yo ya me tengo que ir, perdoname, en serio” Gastón se levantaba de la silla mientras lanzaba su entrenada disculpa.
-“No te preocupes, total viniste que es lo que importa”
Lo acompañó a la puerta.
Gastón, a la primera oportunidad, detuvo un taxi y se dirigió al bar.






Noté que el reloj decía diez y cuarenta y nueve, y sólo me faltaba cerrar las puertas en mi casa. Todavía no entendía por qué iba yo a ese bar, y tampoco me emocionaba demasiado la idea.
Seguramente porque aún no conocía ni a Consuelo ni a Milagros, y tendía a sopesar los comentarios de Gastón, por parecerme exageraciones.
El bar quedaba cerca de casa, así que en unos diez o quince minutos llegaría: lo bueno es que yo no debía ser puntual; supuestamente tenía pensado llegar a las once y cuarto.
Mis cálculos no fueron demasiado buenos, porque siendo las once y tres de la noche estaba doblando la esquina antes de llegar al bar, y un minuto más tarde, entré local.
Ése fue el momento en que me di cuenta de que no había ninguna clase de exageración de parte de Gastón, sino más bien todo lo contrario.
Entonces la vi y quedé instantáneamente petrificado.

martes, enero 01, 2008

Capítulo VII: Completo

Queridos Lectores:

Dicen que año nuevo, vida nueva... bueno, en este caso, año nuevo Capítulo nuevo, al menos.
Espero tengan un gran 2008.

Saludos, Cariños, Besos y Abrazos...

Pulpo

Ahora sí... Al Capítulo.


Joaquín y Constanza llevaban ya un año y medio., y aún no le podía hacer entender eso a Gastón. Él estuvo con una docena de mujeres luego de terminar con ella hace casi dos años, sin embargo ninguna había logrado borrarla de su mente.
Se solían ver muy de vez en cuando, pero ninguno se olvidaba fechas importantes como cumpleaños, Navidad, Año Nuevo y demás feriados pertinentes.
A mí, Constanza siempre me cayó bien, pero hay momentos en que supe odiarla por todo lo que tenía que soportar a Gastón decir una y otra vez.
Hay que ser sincero, es una mujer muy linda; pero creo que eso podría decir de casi todas las mujeres que conocí a Gastón.
Decía, es una mujer muy linda, angelical en su rostro y dulce al hablar. Debo hacerle honor ya que no es correcto considerarla villana o malvada. Para decirlo simple, una vez decidieron que lo mejor sería terminar; así lo hicieron, y seis meses después, Constanza comenzó su relación con Joaquín, con quien ha estado desde entonces. La gran diferencia con Gastón es que él aún no se ha relacionado seriamente con nadie, y como sobrevuela por su mente el recuerdo de una relación feliz, cree aún amarla. O necesita creerlo.
Joaquín es odontólogo, muy respetado, muy bueno en lo que hace, también. Proviene de una familia bien establecida económicamente, lo que lo ha ayudado a completar su carrera universitaria brillantemente con un doctorado en el exterior, en Europa, no estoy seguro en qué país, pero no importa.
Ha abierto su propio consultorio privado, muy moderno, (tanto que hasta sus revistas son nuevas) y ha estado ahorrando dinero por cuatro meses. Tenía pensado seguir dos meses más antes de continuar con su proyecto de vida, pero no pudo aguantar más.



-“¡Hola, Constanza! Amor, ¿cómo estás?” dijo Joaquín.
-“Bien, bárbaro, recién salgo de la ducha” Era cierto, estaba envuelta con una toalla, caminando por su departamento con el teléfono en su oído.
-“¡Cómo me gustaría estar ahí!” Siempre solía hacer esos comentarios, y a Constanza le encantaba a seguir su juego
-“Sí, necesitaba que me hicieras unos masajitos, pero no importa, le voy a tener que pedir al vecino de al lado” Lo decía con tanta inocencia que Joaquín no podría preocuparse ni siquiera si no fuera una broma.
-“Sí, si no seguro el kiosquero del frente está libre, puede ir él” le siguió la corriente y ambos rieron.
“Bueno en serio, te llamaba porque quiero hablar con vos”
–“¿De qué, puedo saber?” preguntó Constanza que solía ser curiosa in extremis.
-“Ya te voy a contar, cuando cenemos” hizo una pausa bastante larga, porque sabía que estaría mordiéndose para no volver a preguntar.
“¿Te parece bien que te pase a buscar a las once?”
-“Sí dale, ¿dónde vamos?” quería a toda costa saber algo de lo que estaba pasando
-“Ya vamos a ver, pero algún restaurant lindo”.
Ella refunfuñaba intentando tener alguna clase de información, pero sus esfuerzos resultarían inútiles.
-“Bueno, entonces te espero a las once” dijo, tratando de sonar enojada aunque no lo estaba.
-“Ok, amor, te veo más tarde”.
-“Chau, Acki”.



Acki era el apodo cariñoso que Constanza utilizaba con Joaquín. Ella solía ser muy graciosa, porque lo decía enfrente de todos los amigos, y lógicamente, ése era el inicio de todas las bromas relacionadas.
A Gastón lo molestamos mucho tiempo después que Constanza le diera un beso, un abrazo y le dijera “¡Cómo te quiero, Gachu” delante de todos durante un asado. Debe haber sido la única vez que vi ponerse colorado a Gastón. Probablemente por eso les hacíamos las bromas, pues si no se inmutara perderían gracia. Una cosa era que fuera una chica tierna, y otra muy distinta serlo frente a toda la barra.

-“¡Hola, Gastón!”
-“Sí, ¿quién es?” era temprano y Gastón aún no se había levantado, pero una alegre voz le hablaba desde el otro lado del teléfono.
-“Marcela, ¿cómo estás?”.
-“Ah, hola Marce, bien, bien” Estaba dormido, y sabía que debía estar muy alerta cuando hablaba con Marcela.
Marcela es una buena chica, cuyo máximo error y problemas es estar enamorada de él. Desde la adolescencia mantiene una incondicional admiración por Gastón, y aún así se ha convertido en una buena amiga sólo que con ella debe medir los comentarios.
-“Che, te llamaba para hacerte acordar que mañana a la noche está la fiesta en mi casa; a eso de las once la hacemos. Quiero creer que venís” sonó con un dejo de reproche, porque la tenía bastante olvidada y hacía mucho tiempo no la visitaba.
-“Pero seguro, ¿cómo no voy a ir?” mucho faltó para sonar convincente.
-“Bueno, te espero, un besote”.
-“Otro” se despidieron.



Casi inmediatamente el teléfono que sonó fue el de mi casa, y yo tampoco me había levantado.
-“¿Zorba?”
-“¿Mmh?” ésa fue la respuesta más clara y coherente que pude articular.
-“Mañana cumple años Marcela, estoy obligado a ir”
-“Sí ¿y?” claro, yo no veía el problema.
-“Que a las once me junto con Consuelo”- parecía preocupado.
-“¡Uy, cierto!” recién en ese momento abrí los ojos.
-“¿Qué hago?” cuando le sucedían estos desencuentros entre dos mujeres recurría a mí, no porque yo supiera cómo manejarlos por conocimiento de causa, sino porque buscaba consejo de una especie de outsider.
“Yo que vos me llego a la tarde por lo de Marcela con un regalo”
-¿Y qué le digo?“
-“Entonces la saludás, muy cariñosamente, y después le explicás que probablemente (hice hincapié en el probablemente) te sea imposible volver a la noche”.
- “Ajá” comenzaba a comprender e interesarse en mi plan.
-“Total si lo de Consuelo llega a terminar antes, aparecerás por lo de Marcela y quedás muy bien y si no, seguro que te fue bien con ella”.
-“Bárbaro, Zorba, gracias”.
-“De nada, che ¿qué hora es?”- pregunté.
-“Las ocho y cuarto”.
-“¿Qué, vos sos loco? Chau, nos vemos” yo tenía una reunión después de mediodía y debía convencer a todo el mundo, y mi actuación seguramente no iba a ser la mejor si no dormía bien.

Bostecé un par de veces y dejé el teléfono en mi mesa de luz, me di vuelta y seguí durmiendo.

Gastón se levantó para prepararse el desayuno y vio la carta (aquélla que comenzaba con “te quiero tanto que casi es patológico” y que tanto trabajo le había costado lograr terminar de escribir) en el escritorio. De uno de los cajones tomó un sobre y escribió:
Constanza Cepeda.
Balcarce 3148.
C.P.
Tachó todo y tomó otro sobre y esta vez anotó:
Constanza Cepeda
Presente.

domingo, octubre 28, 2007

Capítulo VI: Completito

“Te quiero tanto que casi es patológico
Mentís si me decís que nunca me quisiste, quizá yo también mienta al decir te amo, pero lo creo aun yo, aunque me esté engañando a mí mismo; aunque sólo persiga una quimera”.
El primer párrafo resultó sencillo pues ya lo había comenzado a escribir un par de días antes.
Ahora solamente debía finalizar la carta, sólo debía seguir.
En su escritorio había nada más que dos hojas y una taza de café, que tuvo que recalentar en varias oportunidades porque pasaba minutos enteros sin probar un sorbo, y cuando finalmente recordaba que el café lo esperaba, nuevamente se había enfriado.
El cenicero había sido un regalo de sus padres; un hermoso cenicero de pie, de madera, de unos ochenta centímetros de alto, con lo cual, estando Gastón sentado, quedaba en la posición exacta para manipular el cigarrillo, compañero fidelísimo a la hora de lanzar unas línea sobre el papel.
Gastón nunca quiso definirse o auto-declararse escritor; siempre solía decir que lanzaba unas líneas sobre el papel, o que garabateaba unos versos, o que le arrancaba unas letras a la birome. Poco loable su actitud.
Miraba de reojo un péndulo que tenía. Extrañamente, alguna vez me supo contar como solía mirarlo para concentrarse y que le vinieran las palabras que quería escribir.
Siempre miraba ese juguete fijamente, para luego desenfocar su vista de él y así aclarar sus pensamientos.
A mí, el mismo aparatito me genera la necesidad compulsiva de que haga ruido, golpeándose las pelotitas mecánicas entre sí; pero… cada loco con su tema.



“Nunca sentí más el placer que con vos, ni mayor felicidad que a tu lado”.
Ésa fue la primera frase que lo satisfizo de la nueva parte de la carta, probablemente, porque sobrevivió y no fue inmediatamente tachada como todas las anteriores.
Lo más extraño de todo es que, por mal que sonara lo que escribía, Gastón estaba plenamente convencido de escribir la verdad, o al menos, lo que él entendía por ella.
Más extraño aún fue que Consuelo no se cruzó por sus pensamientos mientras el despilfarraba adjetivos por la hoja.
Había estado pensando en ella toda la noche anterior, todo ese día y hasta la tarde, pero en cuanto se sentó frente a la hoja en blanco, Constanza ocupó toda su atención.
Unos instantes mirando hacia arriba hicieron falta para lograr la siguiente frase.
“No sé si sos mi error más dulce, o la dulzura con la que más me equivoqué. Sólo se que tú sabor hoy me duele”.
No sé si esta última frase habrá sonado bien, pero Gastón se mostró muy contento con ella, y una vez más recordó la taza de café.
Bebió un sorbo e hizo una mueca de displacer por su temperatura; nuevamente lo había dejado enfriar. Sólo que esta vez decidió dejarlo así y no se volvió a levantar para recalentar otra taza.
Encendió el tercer cigarrillo consecutivo, tras una pequeña batalla con el encendedor, que no solía prender al primer intento.
Hizo tres pitadas consecutivas, como si las necesitara, y soltó el humo suavemente, al final de esa especie de tanda de nicotina.
Esta vez se veía más complacido con su carta que en las versiones anteriores.
“Muchas veces me duermo sólo por soñarte, muchas más me despierto tembloroso por saber que te has ido”.

A cada frase le imponía más y más fuerza, como si eso le fuera a garantizar alguna clase de éxito en su misión de recuperar a Constanza, su amor; como él solía decirle.
Mil veces intenté hacerle comprender que hay otro en la vida de ella, Joaquín y que al final de cuentas, Constanza sólo se había constituido en una especie de capricho por ser la mujer que él no podría tener. Al menos ésa siempre fue mi teoría. Él no la amaba con tanta locura como decía, simplemente debía, necesitaba amar a alguien que no le correspondiera, pues si no, ¿cómo podría ser realmente un escritor? ¿Cómo sin un amor esquivo? ¿Cómo sin un desamor?
Además podía utilizar su fachada de lastimado, herido, su máscara de sufrimiento tan irresistible para cuanta mujer hallase en su camino. Yo siempre creí que todo era una gran treta, una maquinación perfecta puesta al servicio de nuevas conquistas. Pero claro, él juraba su sinceridad, y yo, en lo más profundo de mí, quería creerle (si no, ¿para qué están los amigos?).
El hecho de haber conocido a Consuelo agregaba una pieza al juego, y aún fortalecería su actuación, ya que no sólo tendría en su haber un desamor, sino también un misterio. Y como todos saben no hay nada tan infalible como la compasión y la intriga, o su combinación en cóctel fatal.
No hay nada tan fascinante como saber que allí están todas las respuestas pero uno aún no las conoce. Saber de la existencia de respuestas que no se poseen aún antes de haber ensayado las preguntas; aún antes de haberse sentado a jugar.
Se cerraba su plan perfecto, probablemente por eso era tan importante mantener la ilusión de Constanza, mientras se espiaba la posibilidad de Consuelo.
“Sólo recuerda mi amor, y miente si te atreves a no esbozar una sonrisa al pensar en mí”.
¿De dónde sacaba la grandilocuencia que llenaba ese papel?

¿Cómo es posible que realmente tuviera intención de enviar la carta y llevar a cabo esa atrocidad?
Sólo él lo sabía; sólo yo lo cuestionaba, y el empate no me favorecía.
Que la intentara conquistar podría aprobarlo, que le enviara una carta, quizás también, que le enviara una carta como ésta; a eso me oponía, pero una vez más, estaba seguro de que iba a hacerlo.
“Sólo recuérdame y piénsame a tu lado”.
Insistía en hacerle mal. Sabía que Constanza lloraría al leerla; un poco por todo lo que aún lo quería, y otro poco (bastante más) por la violencia con que remarcaba cada una de sus frases. Como si todo el cometido de cada una de sus palabras fuera obtener una lágrima de ella.
Y ella no era mala, solamente era villana por querer a otro (¡Horror! ¡Tamaño pecado cometido!).
Sólo era vilana porque Gastón es el personaje, y quien, al menos en teoría, sufre por ello.
“Cierra tus ojos, busca en lo más hondo de ti y te darás cuenta que es cierto todo lo que he dicho”.
Lo más paradójico es que Gastón no mentía al escribirle de la forma en que lo hacía; sólo estaba cegado, pero era honesto.
Decía lo que no sentía, pero estaba total, plena y tercamente convencido de sentir así.
“Cierra los ojos y sabrás que aún me amas.
Te amo.
Gastón”.-

domingo, octubre 21, 2007

Capítulo V: Completito

Milagros abrió la puerta y saludó a su hermana con un fuerte abrazo. Pese a verse bastante seguido, solían saludarse así.
Milagros, al igual que su hermana era hermosa, como si el apellido fuera una garantía.
Sus padres solían recibir la queja sobre por qué sólo dos hijas, deberían haber seguido indefinidamente.
Milagros era un año y medio menor que Consuelo, y la relación entre ellas era muy buena. Probablemente porque vinieron desde España en una edad difícil, cuando ambas estaban entrando en la adolescencia y la necesidad de conocer gente nueva y hacerse nuevos amigos, se encontraron la una con la otra.
Tenían muchas cosas en común, aparte de la sangre. Ambas resultaron ser mujeres responsables y trabajadoras, aunque un tanto soñadoras y románticas. Como si se dividieran en dos: la parte gobernada por el cerebro, extremadamente pragmática y operativa; y la parte gobernada por el corazón, más de una vez dolida, el anverso de la anterior.
Milagros era ese tipo de mujer capaz de dejarte sin aliento de sólo saber que está cerca. Un par de centímetros más alta que Consuelo, tenía también ese misterioso poder en los ojos, inmensamente verdes.
Es prácticamente inútil cualquier intento mío por describirla, ya que seguramente no seré capaz de honrarla debidamente con mis palabras.
Milagros es la prueba viviente de que no sólo Dios existe, sino que además es fanfarrón.
-“Hola, Consuelo, ¿Cómo estás?” preguntó.



-“ Bien, ¿qué sé yo? Sí, bien”. Recién en ese momento terminaron de abrazarse y pasaron al departamento.
Se tiraron en los sillones, y se quedaron mirando sonrientes un par de segundos mientras sonaba la música de fondo en el equipo.
Por fin Milagros preguntó:
-“¿Y? ¡Anda, dime qué pasa!”
Consuelo demoró un segundo.
-“Anda, comienza a hablar mientras traigo el café” siguió Milagros.
Era muy raro que Consuelo no supiera por dónde comenzar, pero se había bloqueado.
Milagros volvió con los cafés y cuando le entregó el suyo a Consuelo aprovechó para mirarla a los ojos y soltar:
-“¿Es guapo?”
-“Sí, en verdad que sí”. Al parecer hacía falta un empujoncito para que empezara a hablar.
-“Le conocí en el bar donde nos solemos juntar tú y yo ¿sabes?, él estaba sentado a cuatro o cinco mesas de distancia, escribiendo…”
-“¿Escritor?” interrumpió Milagros.
-“Dijo que no lo era seriamente”.
-“Pero eso lo dicen todos los escritores a modo de falsa modestia o mentira dolorosa”.Sonó casi a sentencia. "Sólo los que escriben mal dicen que sí lo son".
-“Puede ser, pero en ese momento él estaba escribiendo una carta”.
-“¿Una carta? ¿A quién?”
-“A un amor; yo no sé ilusiones de qué me hago, si le escribe a un amor” Como lo dijo, parecía buscar el apoyo de su hermana.
-“Sí, pero ¿quién sabe? Probablemente es su forma de decirle adiós”. Ella entendió al instante lo que Consuelo buscaba con su comentario y se lo dio.- “Probablemente le escribía porque no te conocía, seguramente desistió de enviarla al conocerte”.
Esa clase de apoyo era la que fortalecía la relación entre las hermanas; siempre sabían qué necesitaba la otra y se lo brindaban mutuamente.
-“Conversamos cinco minutos y me fui”.
-“¿Te fuiste?”
-“Sí, al rato lo volví a encontrar y hablamos otros diez minutos”.
-“Es decir que conoces al tipo por quince minutos…” esta vez Milagros frunció el entrecejo. Ya que Consuelo estaba ocupada en utilizar su parte soñadora, a ella le correspondía mantenerse en tierra.
-“Sí, pero fue… suficiente, no me lo puedo sacar de la mente”.
-“¿Y le has dado tu teléfono o algo?”
-“Hemos quedado en vernos en el bar, este viernes a la noche”
Milagros seguía con el mismo gesto.
-“Acompáñame” pidió Consuelo.
-“¿Qué? No, de ninguna manera voy a estar allí de chaperona” se apuró a contestar.
-“Quédate en la barra, quiero que lo veas, así después podemos conversar bien sobre él”
-“Bueno, pero me debes una” dudó al responder.
Consuelo se quedó un rato largo conversando con Milagros, pero cambiaron de tema, y actualizaron los cuatro días que no se veían, hasta lograr nuevamente el conocimiento total de la vida de cada una.




Vi que eran las nueve y media de la noche, y me acuerdo bien porque era la hora del comienzo del partido, así que armé todo un snack bar en mi mesa, con toda clase de cosas: chizitos, palitos, papas fritas, salamín, queso y morcilla fría; una cerveza bien helada, una silla para apoyar los pies y ver muy tranquilo cómo nuestra selección se clasificaría para el mundial.
No me quise poner demasiado cómodo aún, porque todavía no había llegado Gastón y tendría que levantarme a abrirle.
Sonó el timbre, entonces fui a la puerta, y para mi sorpresa, Gastón había decidido traer a Lucila, su hermana, a ver el partido. Como no me avisó, mi look no me favorecía en nada, ya que ese día había evitado afeitarme, y tenía puesta la camiseta de la selección.
Encima, Gastón sabe que yo estoy enamorado de su hermana desde hace años.
Extrañamente, a Gastón no le molesta demasiado. Siempre me dice que está todo bien, total seguro que no me da bola y que si me llega a dar bola, después me va a terminar rompiendo el corazón y dejarme hecho pelota.
De cualquier manera... me tendría que haber avisado.
-“¡Hola, Lucila, pasá!”
-“¡Hola, Zorba… permiso! Nos conocemos hace mucho tiempo y nuestra relación es muy buena, claro que parte de la clave es que no sabe lo que siento por ella.
-“Pasá, viejo, pasá” Aproveché para pegarle un poco cuando lo saludé: él, sabiendo el por qué, no opuso resistencia.
El partido no fue demasiado entretenido, pero aprovechamos para conversar, y en un momento en que Gastón fue al baño, le pregunté a Lucila por el novio.
-“No, hace como dos semanas que no salimos más, es un boludo”.
- “¿Por qué? ¿Qué te hizo?”
-“¡Ay, Zorba… vos siempre tan cuida!” Claro, me veía como otro hermano.
-“Es que vos sabés, al que te lastime lo reviento ¡eh!" soné medio a broma, es que además, yo no puedo reventar a nadie.
-“¿Y vos? ¿Para cuándo novia?”
-“No, yo sigo esperando que vos me des bola” Había hecho tantas veces esa clase de comentarios, que cuando le dijera algo en serio a Lucila no me creería.
Ella sólo rió y cuando Gastón volvió, nuestra charla fue interrumpida por un gol sobre el final del partido.

Antes de irse, Gastón me preguntó:
-“Che, Zorba, ¿Qué hacés el viernes a la noche?”
-“¿Pero el viernes no te encontrás con...?” no me dejó terminar
-“Sí, por eso quiero que vengas”.
-¿Que vaya? ¿para qué? ¿Para estar de más? No, dejá nomás”.
-“No, sentate en la barra, quiero que la conozcas, así después me decís si estoy loco”
-“Bueno –dije de mala gana - ¿a qué hora se juntan?”
-“A las once”
-“No me esperes, yo voy por mi cuenta, la veo y me rajo, ¿ok?”
-“Bueno, dale, chau viejo”
-“Chau, Zorba” dijo Lucila.
Los saludé y volví adentro.
Tendría que haberle dicho a Lucila que viniera, pero no sabía si Gastón le había contado de la misteriosa Consuelo o no.
De cualquier manera, aparentemente íbamos a ser varios en el bar ese viernes a la noche. Claro que yo aún no lo sabía.

miércoles, octubre 17, 2007

Capítulo IV: Completito

Consuelo siguió caminando a su departamento, y todavía no le cuajaba la situación. ¿Por qué había ido ella a hablar con él? ¿Qué le había llamado tanto la atención?
Fumaba mientras caminaba y trataba de entender.
Se detuvo a comprar otro atado de cigarrillos. Sólo fumaba tanto cuando estaba nerviosa por algo. Evidentemente estaba nerviosa.
Pasó frente a su departamento pero no sintió ganas de subir así que continuó avanzando, dobló la esquina y se dirigió al cine.
No fue a ver un estreno sino uno de esos ciclos de películas viejas.
Tres pesos y dos filmes clásicos serían la ecuación para sacarse de la cabeza a ese muchacho de la sonrisa irresistible que la había transformado en cazadora.
La velada comenzó con un Chaplin desempleado y luchando en medio de la crisis de los tiempos modernos. Consuelo se entretuvo bastante durante esa hora y media y logró escapar un poco de Gastón.
Pero la segunda película, Cumbres Borrascosas, un filme romántico que la devolvería a sus pensamientos en aquel misterioso muchacho de la tarde. Para peor, Heathcliff extrañamente se lo hacía recordar, así que al salir de la sala continuaba sin poder borrar la imagen de su mente.
Y ya se hacía tarde y al día siguiente había que trabajar.

Nunca solía cenar demasiado, al menos cuando estaba sola, no lo hacía, entonces se preparó un té y unas tostadas y fue a acostarse aun sabiendo que sería en vano intentar dormir.



Encendió la radio para tener alguna clase compañía que le distrajera. Sin embargo Alejandro Dolina se había empecinado en contar una historia de una mujer que una vez lo abordó en un bar. ¡Maldita sea!

Dio vueltas y vueltas en la cama, hasta que al fin no aguanto más y se levantó. Cinco y media leía el reloj. Debía adelantar unos diez minutos porque a Consuelo no le gustaba llegar tarde, y acelerando el reloj de su mesa de luz, se obligaba a levantarse.
En sólo un par de horas, tendría que trabajar. Daba clases de Derecho Civil en la Universidad, era adjunta a la Cátedra y ese día ella debía dar la clase.
A sus estudiantes les resultaba difícil ver a una mujer de unos veinticinco años y tan hermosa como profesora, y la mayoría se distraía sólo mirándola. Ellas, sus compañeras, enojadas se rehusaban a tomar apuntes dictados por ESA, como solían decirle, no tan cariñosamente como suena.

Fue al comedor y se sentó a ver un poco de televisión y se enteró más a fondo de la vida de cuanto famoso anduviera dando vueltas: pudo contemplar bailes tradicionales portugueses y aprendió por qué los vikingos lograron su apogeo y luego cómo vieron su decadencia.
Creyendo que el bagaje cultural adquirido en ese rato de televisión indiscriminada era suficiente por el momento, apagó el aparato y se quedó sentada unos segundos hasta que la alarma de su reloj comenzó a sonar.
Hora de levantarse.”¡Ufa!” Siempre decía lo mismo, aunque ya estuviera levantada desde hacía rato.
Esta vez se tomó sus diez minutos, y tras unos instantes de sólo mirar las paredes, fue al baño a tomar una ducha.

En mitad de estarse bañando, le vino a la mente una melodía, y comenzó por tararearla hasta que la letra le vino a la memoria y entonces sí la canto.
“Ya no recuerdo cómo fue si me buscaste o te busqué; si me encontraste o te encontré se me olvidó.
Si me llamaste o te llamé, si sonreíste o sonreí, si me miraste o te miré, qué importa.
Sólo recuerdo que lo nuestro fue una locura”

Inmediatamente pensó en Gastón y le sonó profética la canción de Perales; sí, seguramente iba a ser una locura.
Yo me di cuenta un tiempo después que Consuelo, pero bastante antes que Gastón.
Salió de bañarse y se preparó para ir al trabajo.

Ese día, a pesar de todo, pudo concentrarse y dio una buena clase a su comisión, y esta vez hasta algunas alumnas tomaron apuntes como si supieran que algo la tenía preocupada y fueran así solidarias.
Los estudiantes varones siguieron obstinados en mirarla a ella y no a sus propios cuadernos, con lo cual la posibilidad de lograr apuntes coherentes y legibles tiende a reducirse notoriamente, y debido a esto la mayoría, la gran mayoría, desiste y sólo se dedica a mirarla. Admito que yo haría lo mismo. Y si alguno de ustedes la conociera compartiría la opinión.

Al salir de clase utilizó el teléfono de la secretaría de la Universidad y llamó a su hermana.

-“¿Bueno?

-“Hola, ¿Milagros? Habla Consuelo, me gustaría platicar contigo.

domingo, septiembre 23, 2007

Capítulo III: Completito

-“Hola, quién es?”
- “Hola, soy yo, Gastón” No me saludó en un tono muy alegre, entonces me di cuenta de que algún asunto se traía entre manos.
- “¿Qué pasa, Gastón; mujeres?” Pregunté sabiendo la respuesta; al tipo lo conozco muy bien, pero me hacía falta el pie para que empezara sin rodeos.
- “Sí, precisamente eso, Mujeres”
- “¿Mujeres, no mujer?” Noté que enfatizó mucho el plural así que pregunté si no era una sola.
-“Sí, dos para ser exacto” Hablaba en forma rara como si él aún no cayera lo que había pasado, claro que yo todavía no lo sabía.
-“Estaba escribiendo una carta para Constanza, ¿no? y en eso vi que una mujer me miraba, pero no te das una idea cómo” Apurado decía, como si recibiera de nuevo el influjo de esos ojos verdes que lo habían abrumado hacía tan sólo dos charlas.
-“Ajá, ¿cómo? No hacía falta que le preguntara, si total Gastón me iba a contar, pero sentí la obligación de interrumpirlo para que pudiera respirar antes de continuar la historia.
-“No sé, como magia, me fascinó, tuve que tirar como cinco hojas porque no me podía concentrar y escribía cualquier cosa”
-“¿Y qué escribiste al final?”.
-“Se me mojó la carta, solamente me acuerdo cómo la empecé”.
-“¿Sí, cómo? cada vez que hablaba con Gastón tenía que preguntarle un par de veces cosas así porque siempre habla medio raro y además se frena en el medio de las frases e intercedo con esa clase de preguntas como para darle fuerza a que termine.
-“Te quiero tanto que es casi patológico”. Dijo.


-“Yo siempre dije eso, estás muy loco y Constanza te tiene peor, además tenés que darte cuenta de una buena vez que ella está con ese tal Joaquín, viejo”
Me sonó muy cursi como empezaba la carta, pero claro, no dije nada, él siempre tuvo más suerte (o quizás talento) con las mujeres, así que no me iba a poner a discutirle como conquistar a alguien.
-“Sí, puede ser” No sonó convincente.
-“Che, Gastón ¿estás por la zona?.
-“Sí”.
-“Venite, yo voy poniendo el agua para el mate, así me contás bien” No podía dejar que se le pasara esa sensación de tener esos ojos sobre sí.
-“Bueno, ahí voy, chau, Zorba”.
Sí, mi nombre es Zorba, de ahí proviene el gran conflicto en mi relación con mis padres y todo porque vieron esa maldita película tantas veces.
“Es que es un películón” siempre me dijeron mis dos locos progenitores. Yo al menos agradezco que no hayan sido fanáticos de algo peor, como Tootsie y me llamaran así.
Pese a todo, ya hace años me hice cargo de mi nombre y cuando presento digo orgulloso: “Hola, me llamó Zorba, mucho gusto, cómo estás, bla bla”.
Claro, ya me acostumbré, aunque mi nombre completo aún no me ha llegado a dar demasiada satisfacción. A título de confidencia, me llamo Zorba Eugenio Magariños, a su servicio.
Puse el agua y la saqué del fuego antes del hervor (como corresponde) y me crucé a comprar unas facturas para picar con el mate mientras charlamos con Gastón.
Lo bueno de mi barrio es que cualquier ventana se abre y de repente, como de la nada, aparece un quiosco o un almacén; y justamente hay uno frente a mi casa.




Sonó el timbre y fui a abrir la puerta.
-“Hola, Zorba, ¿Qué hacés?”
- “Pasá viejo, todo bien, pasá derecho a la cocina, que ahí puse unas facturitas y y el mate, así charlamos”.
Siempre nos peleamos con Gastón porque el toma mate dulce (¡Sacrílego! Eso no se hace) pero bueno, saqué el otro, no el de madera, lindo, que uso siempre, sino uno que me trajeron de unas vacaciones por las sierras, de esos artesanales, porque al mío ni le amago con el azúcar.
-“Contame”.
-“Estaba escribiendo la carta a Constanza ¿no? Y yo veía que esta mujer me miraba, yo levantaba la vista y ahí estaba, casi me hipnotizó”
Siempre solía exagerar sobre las mujeres porque era muy poético hacerlo, así que yo trataba de medir lo que decía. Después me di cuenta de que no sólo no exageró sino que se quedó corto.
-“Después de un rato”- siguió- “que no me podía concentrar, volví a levantar la vista y ahí estaba ella, así que agarré el vaso, le sonreí, la saludé con el vaso e incliné la cabeza… entonces se levantó y vino hacia mí”
-“Vos sabés que todos los tipos te odian por esa extraña habilidad tuya de conseguir que las mujeres vengan a vos”.
Me miró como sin escucharme y dejando de lado mi comentario siguió hablando como si nada.
-“Me preguntó si me molestaba y yo OBVIAMENTE -enfatizó el obviamente como si no supiera que obviamente si una mujer se quiere sentar con uno, no molesta- “le dije que no, que se sentara”.


-“¿Así que era linda?”
-“¿Linda? Linda no empieza describirla, imagínate lo más hermoso que se te ocurra, después cuando la veas, vas a pensar lo poco imaginativo que sos”.
-“Entonces muy hermosa, dale”.Yo trataba de sopesar sus comentarios, pero claro, yo todavía no conocía a la misteriosa mujer.
-“Para colmo”- tomó una pausa, sabiendo que me iba a impresionar- “tiene tonada española”.
-“¡No!” Cada vez me interesaba más “¿En serio?”
-“Sí, y cada frase que decía me dejaba deshecho, un poco por cómo pronunciaba y otro poco por cómo decía las cosas” Tomó aire, casi como un suspiro “era muy decidida, segura, implacable, impecable, impredecible… intrigante”
Yo la quería conocer inmediatamente.
-“Se llama Consuelo” -siguió- “y se fue así nomás, cuando yo salí no la encontré, y después al rato, mientras llovía me la crucé en un porchecito, y hablamos hasta que paró la lluvia”
-“¿Cómo podés tener tanta suerte de volverla a encontrar?”
-“No sé, pero quedamos en vernos esta semana. ¿Qué hago?”
“Y andá, por supuesto” No pude decir eso con más convicción sólo porque sería imposible.
-“¿Y Constanza?”
-“Sale con otro, Joaquín, ¿te acordás?” por fin estaba la posibilidad de una mujer que le sacara a Constanza de la cabeza, no podía dejar pasar la oportunidad.
-”Sí, pero le estaba escribiendo la carta ésa y qué sé yo…”
Había que actuar rápido.


-“¿Sabés qué? Terminá de escribirla y fíjate qué pasa con Consuelo, si no funciona, yo mismo llevo la carta al correo, toco la guitarra en la serenata y voy a la florería a hacer el encargo para que conquistes a Constanza”. La propuesta estaba hecha, así que esperé la reacción de Gastón.
-“¿Sabés qué, Zorba? Tenés razón”.
Por fin iba a tratar de olvidar a SU amor como él solía decirle.